Un equipo de médicos españoles
prueba con éxito un sistema para operar tumores cerebrales considerados
inoperables porque afectan a áreas funcionales. La técnica pionera consiste en
cambiar las funciones de sitio para poder intervenir. La capacidad de reorganizar
el cerebro abre un universo de posibilidades.
Cuando un paciente con un tumor
cerebral llega al quirófano, el cirujano tiene una primera limitación
importante: no puede extirpar tejidos que le dejen sin funciones como el habla
o el movimiento. De hecho, durante la operación se despierta varias veces a la
persona para comprobar que la zona en la que el cirujano toca no le va a dejar
sin alguna de sus funciones esenciales. Si el tumor afecta a una de estas áreas
‘elocuentes’, la norma es quitar solo hasta donde se pueda y esperar a ver cómo
evoluciona la enfermedad.
“Los neurocirujanos vemos realidades
muy desagradables, pacientes que se nos mueren delante de nosotros”, explica el
doctor Juan Antonio Barcia, jefe del servicio de neurocirugía del hospital
Clínico San Carlos de Madrid. Fue uno de estos casos extremos el que obligó al
médico y su equipo a pensar en nuevas ideas. En el año 2007 llegó a su consulta
una paciente con un tumor en el área que alberga la producción del lenguaje.
“Se trataba de un tumor agresivo y nos planteamos que teníamos que hacer algo”,
recuerda Barcia. En la desesperación por intentar salvar a la mujer, el
cirujano y su equipo tuvieron una idea: ¿y si intentaban trasladar las
funciones afectadas por el tumor y trataban de operar con seguridad después?
Los médicos pusieron en práctica una estrategia para mover la función del
lenguaje de sitio con estimulación magnética transcraneal, pero la evolución
del tumor fue tan rápida que la paciente falleció a los pocos meses. Aun así,
la idea ya había germinado en su cabeza.
Casi una década después, el doctor
Barcia y la neuropsicóloga Paola Rivera presentan en el Journal of Neurosurgery
un trabajo en el que resumen la aplicación de una nueva técnica en cinco
pacientes con tumor cerebral con la que han conseguido algo inédito: cambiaron las
funciones de sitio para poder operar y retirar un porcentaje mayor de tejidos
tumorales. “Estamos provocando que una zona del cerebro pierda una función,
porque nos interesa, y estamos facilitando que aparezca en otra distinta. Es
como un juego de manos neurobiológico”, explica Barcia. ¿Cómo lo hacen?
Básicamente los médicos intervienen una primera vez al paciente para ver qué
cantidad del tumor pueden extirpar e introducen una manta de electrodos a nivel
subdural en las zonas donde afecta a las funciones. En las siguientes tres o
cuatro semanas se pone en marcha un proceso progresivo en el que la manta
produce descargas eléctricas cada vez de mayor intensidad para anular
artificialmente la función (crear una “lesión virtual”) y que el cerebro
comience a trasladar esa función a zonas adyacentes.
Los parches se colocan sobre la zona
elocuente afectada por el tumor
“Vamos subiendo gradualmente la
intensidad y se le va provocando un pequeño déficit”, explica Rivera. Si el
área afectada es la del habla, el paciente se ejercita hablando, si es un área
motora, se practica una y otra vez el movimiento. “Mediante rehabilitación
intensiva, el paciente ejercita
continuamente esa función y al poco tiempo vuelve a tener la misma capacidad
funcional”. Solo que esta vez la función la han asumido nuevas zonas del
cerebro y grupos de neuronas no afectados por el tumor. Una vez hecho esto, el
cirujano puede volver a operar y extirpar la zona afectada, que ya no se ocupa
del habla o del movimiento. Dicho en palabras sencillas, es como si Barcia y su
equipo movieran los “muebles” a otra “habitación” del cerebro para poder operar
sin romper nada.
La idea se les ocurrió observando
los efectos que provoca el propio tumor sobre la plasticidad en el cerebro de
los pacientes. Cuando el cáncer daña la zona del habla, por ejemplo, los
científicos observan cómo las áreas adyacentes van asumiendo estas funciones a
medida que avanzan los daños, en un ejemplo de plasticidad cerebral que también
se produce cuando la persona sufre un ictus, un traumatismo e incluso una herida
de bala. Si el daño es masivo, en ocasiones algunas funciones son asumidas en
las áreas análogas del otro hemisferio cerebral. A partir de estas pistas y los
trabajos de otros especialistas como el francés Hugues Duffau, el doctor Barcia
comprendió que podía intentar acelerar ese proceso con electrodos y mejorar las
opciones de sus pacientes.
El proceso se entiende mejor cuando
el cirujano nos muestra dos neuroimágenes de un paciente antes y después del
proceso. En el primer escáner la función del habla se observa en el hemisferio
izquierdo, donde el tumor invade el área de Broca. Una resonancia tomada
después del proceso con el manto de electrodos muestra esa zona apagada: el
lenguaje se activa ahora en el otro hemisferio cerebral, en el derecho. “La
función del lenguaje que antes estaba representada en la zona del tumor, en el
lado izquierdo, había pasado a estar representada en el lado derecho”, explica
Barcia. “Con lo cual pudimos hacer una resección completa del tumor sin afectar
el lenguaje. Si no hubiésemos hecho esto, posiblemente los pacientes habrían
muerto o habrían tenido déficits funcionales severos durante su periodo de
supervivencia”.
“Me trasladaron el habla y los
movimientos de la mano hacia el otro hemisferio del cerebro”, explica Luis
Enrique, un paciente de 43 años con un oligodendroglioma que afectaba a la zona
motora y del habla. En su caso, la sola presencia de este tumor en el
hemisferio izquierdo de su cerebro le hacía vivir atemorizado. Ahora es un caso
único en el mundo. Luis Enrique vive sin una buena parte de su cerebro, pero
las funciones que el área enferma asumía las puede realizar con su hemisferio
sano. “He vuelto a vivir. Ha sido una segunda oportunidad”, asegura.
Rafael tiene 54 años. Hace tres años
su vida cambió cuando le explicaron que tenía un tumor cerebral que afectaba a
su sistema motor, lo que se traducía en una pérdida progresiva de la movilidad
en las manos. Tras entrar en el programa del doctor Barcia y someterse a una
segunda cirugía tras el procedimiento de la manta con electrodos, Rafael no
tiene restos del tumor y puede mover su mano derecha con cierta normalidad.
Aprendió a controlar los movimientos de la mano con el otro hemisferio y, una
vez trasladada la función, se le pudo extirpar el tumor prácticamente por
completo. “En la parte del cerebro en la que controlaba mi mano derecha, ahora
mismo tengo un agujero”, asegura. “O sea, yo tengo las funciones pero por otro
lado del cerebro. Soy un bicho raro”.
Rafael y Luis Enrique son solo dos
de los casos tratados con este sistema hasta ahora. En el caso de una mujer de
52 años, Barcia y su equipo consiguieron cambiar de hemisferio las dos lenguas
que hablaba, rumano y español, para después operarla y retirar una mayor
cantidad del tumor que le afectaba. En el caso de otra mujer de 34 años, con el
área de Wernicke afectada (la zona que ‘traduce’ los significados del lenguaje)
también se operó con éxito. Solo uno de los cinco casos acabó con la muerte del
paciente por la rápida progresión del tumor.
“En los cinco pacientes el protocolo
de prerrehabilitación tuvo como resultado el desplazamiento de áreas elocuentes
dentro del tumor”, escriben los autores del estudio. “Y lo que es más, en todos
los casos la resonancia magnética funcional mostró la supresión de la
activación en áreas elocuentes previamente activadas”. Para comprender la
mejora que supone la técnica a la hora de extirpar una mayor cantidad de tejido
tumoral, los investigadores dan un dato: el volumen medio de tumor que queda en
los pacientes tras la primera operación es de unos 29 cm3, mientras que en la
segunda operación la media está en torno a 10 cm3. No es un dato menor,
teniendo en cuenta que el principal factor de supervivencia en estos gliomas es
el tamaño de la resección del tumor.
Pero el logro de mayor alcance es el
de haber podido cambiar las funciones de sitio. El español Álvaro
Pascual-Leone, profesor de neurología en la Escuela Médica de Harvard y uno de
los especialistas en neurociencia más reconocidos del mundo, que participa en
el trabajo. “El resultado confirma la visión que tenemos del cerebro como algo
que está cambiando constantemente y que siempre te sorprende”, explica. “Pero
una cosa es la teoría y otra demostrar que es posible”. En su opinión lo más
importante es que “uno esperaría encontrar disfunciones después de trasladar
las funciones a nuevas áreas, pero resulta que son mayores los beneficios”.
Marcos Ríos es neuropsicólogo y participó en el diseño de las pruebas para
obtener las neuroimágenes. Una noche se quedó para analizar los datos y al ver
que la función del lenguaje de un paciente había cambiado de hemisferio pensó
que se había equivocado. “Eran las 4 de la mañana y dije: no me lo puedo
creer”, recuerda. “Me parecía pura magia, hasta el punto de que pensé que podía
haber analizado mal los datos y los revisé desde el principio”.
Para Juan Pablo Romero, neurólogo en
la unidad de daño cerebral del hospital Beata María Ana que no ha participado
en el estudio, lo más sorprendente es que el trabajo de Barcia muestra que las
áreas cerebrales primarias no están predeterminadas. “Sabíamos que en el
cerebro había párrafos escritos con tinta indeleble, que eran las zonas motora,
sensitiva, del lenguaje… que tenían una función predeterminada. Lo que vemos
con este estudio es que esas zonas de tinta indeleble se pueden modificar”. “La
aplicación es interesante y sorprendente”, opina Santiago Canals, investigador
del Instituto de Neurociencias de Alicante especialista en plasticidad. En su
laboratorio trabajan alterando los mapas de conectividad y reorganizando los
flujos de información en el cerebro de los ratones. “La idea de que podías
alterar la representación funcional del córtex se ha teorizado desde los años
90 por gente como Michael Merzenich”, recuerda Canals. “Y se había hecho algo
en animales, pero esta aplicación demuestra que el sistema es mucho más
plástico de lo que pensamos”. Lo interesante de esta versatilidad del cerebro
es que a priori se podría entrenar a las células en la corteza primaria a hacer
cosas que no han hecho nunca. “Esto tiene aplicaciones como enseñar a un
paciente a mover una prótesis entrenando neuronas para que la muevan que no
tienen que ser neuronas de la corteza motora”.
“El hecho de que nosotros podamos
modular o dirigir los cambios plásticos en el cerebro podría dar lugar a muchas
aplicaciones”, apunta el doctor Barcia. En el horizonte se dibujan algunas de
las más prometedoras. ¿Se podría aplicar a la rehabilitación de funciones
perdidas por traumatismos o ictus, o incluso a tratar enfermedades
degenerativas reorganizando el cerebro antes de que se pierda la memoria? Una
de las posibilidades, apunta Pascual-Leone, es acelerar la reorganización del
cerebro cuando alguien se está adaptando a una prótesis de brazo o de pierna. O
mejorar el pronóstico en niños con encefalitis de Rasmussen, en las que hay que
retirar un hemisferio completo. “Fomentar que las funciones no dañadas se
trasladen cuanto antes permitiría una resección más rápida y amplia”, asegura.
Por otro lado, ya sabemos que si combinas la estimulación con el entrenamiento
se acelera el aprendizaje, “también en personas sin lesiones cerebrales”,
apunta el neurocientífico. “En este caso hemos visto que es tan importante
apretar el acelerador (la estimulación) como llevar el volante (la rehabilitación)
y este conocimiento podría ser útil para diseñar nuevas aplicaciones”.
En cuanto a la posibilidad de mover
las funciones “a la carta”, los autores se muestran prudentes porque aún hay
algunas limitaciones fisiológicas. “El problema son los cables”, asegura
Canals. En otras palabras, que no todas las áreas podrían recuperar todas las
funciones. “Plasticidad sí, y esto demuestra que es posible”, explica, “pero de
ahí a llevarnos a mover las funciones en la corteza como si fueran piezas a
nuestro antojo… Para eso tenemos limitaciones físicas de conectividad”. “El
mapa de posibilidades depende del mapa de carreteras”, admite Pascual-Leone.
“Si existe un camino entre dos áreas, por pequeño que sea, el cerebro es capaz
de convertirlo en una autopista. Pero conectar dos zonas sin vías es un
milagro, y en neurociencia los milagros no existen”.
Barcia también cree que es necesario
ampliar el número de casos y comprender mejor en qué condiciones y hacia dónde
se dirige esa trasferencia de funciones. “Hay que resolver todavía muchísimos
interrogantes, como si el cambio de la función es permanente o si vuelve otra
vez a la zona previa después de cierto tiempo”, explica. Mientras tanto, y en
lo que se mejora la técnica y el conocimiento, el cirujano ya ha conseguido en
parte lo que le quitaba el sueño: poder retirar de los cerebros de sus
pacientes la mayor cantidad de tumor posible sin afectar a sus funciones
esenciales.
FUENTE: vozpopuli.com