En el año 2004, el Dr. Richard
Ellenbogen pasó casi 20 horas seguidas operando el tumor cerebral de una chica
de 17 años. Al final, confundiéndolos con tejido cerebral sano, dejó restos
tumorales considerables sin extraer. El cáncer regresó menos de un año más
tarde y la joven falleció.
La misma semana en que murió la
chica, Ellenbogen presentaba su caso en la reunión semanal de su equipo en el
Hospital Infantil de Seattle. Frustrado, afirmó: "Tiene que haber una
forma de extraer una mayor cantidad de tumor y de respetar más cerebro
sano". No conseguía sacudirse la sensación de haber podido extraer aún más
tejido tumoral. Ellenbogen se enfrentaba entonces a un dilema: si retiraba más
tejido y eliminaba más tumor, arriesgaba arrastrar más tejido sano consigo y
dejar a la chica gravemente discapacitada. Los neurocirujanos han de ser
agresivos y alcanzar a menudo distancias y profundidades más allá de su zona de
confort, pero sin perder nunca de vista el precepto bajo el que operan:
"La prioridad es no hacer daño".
Los primeros casos registrados de
cáncer mostraron cómo, ya en el antiguo Egipto, se utilizaba la cauterización
(quemando el tejido y sellando las heridas con instrumentos al rojo vivo) para
destruir tumores y tratar una variedad de infecciones, enfermedades y lesiones
sangrantes. Hasta mediados del siglo XVIII, la cirugía era la única opción
eficaz para hacer frente a diversas condiciones. Esto era, como demuestra el
caso de Madame Frances d'Arblay (una novelista inglesa residente en París) muy
complicado y doloroso.
Antes de la operación, en 1811, el
médico de d'Arblay optó por no ocultarle el dolor extenuante al que se
enfrentaría durante su tratamiento; una mastectomía sin anestesia contra su
avanzado cáncer de mama. "Debe usted saber que va a sufrir. No voy a
engañarla: sufrirá; ¡sufrirá mucho!". D'Arblay lo describió más tarde:
"Cuando el terrible acero se hundió en mi pecho, atravesando venas,
arterias, carne y nervios, no necesité que me dieran permiso para dar rienda
suelta a mi llanto: comencé un grito que duró imparable todo el tiempo de
incisión... Sentí el aire como una masa de puñales, diminutos pero afilados,
que iban rasgando los bordes de la herida”. Aun así, la operación fue un éxito
y d'Arblay sobrevivió otros 29 años.
En 1846, la introducción del éter
como anestésico acabó con el dolor. Tal fue su impacto que los siguientes cien
años se conocerían como “el siglo del cirujano”. A pesar de ello, todavía hoy,
en el siglo XXI, un neurocirujano cuenta con poco más que su vista y su tacto para
guiarlo en la extracción de tumores.
Las diferencias entre células
normales y cancerosas son a menudo tan ínfimas que parecen prácticamente
indistinguibles. Según Ellenbogen, dentro de la masa blanda y gelatinosa del
cerebro, las células tumorales pueden parecer "trozos de fruta en
gelatina". Los tumores cerebrales suelen ser ligeramente más firmes y
mostrar una textura ligeramente más correosa. Aunque, también a veces, el tumor
tiene la misma textura que el tejido cerebral. Uno podría distinguirlos por el
color, pero incluso entonces la diferencia puede ser mínima. Ellenbogen nos
habla de un paciente cuyo tumor era apenas distinguible del resto del cerebro,
salvo por una pizca de amarillo en las células tumorales.
Existen varias tecnologías de imagen
que permiten a los cirujanos ver el interior del cuerpo antes de cortar, la
mayoría fueron diseñadas para ayudar con el diagnóstico del cáncer. El
ultrasonido, que obtiene sus imágenes haciendo rebotar ondas sonoras de alta
frecuencia en las estructuras internas del cuerpo, fue estrenado en 1942 por
Karl Dussik, un neurólogo de la Universidad de Viena que trataba de localizar
tumores cerebrales imitando, en esencia, el método que utilizan los murciélagos
para volar en la oscuridad. El 1 de octubre de 1971, la primera tomografía
computarizada (TC) de rayos X ayudó a identificar un tumor del lóbulo frontal,
mediante la producción de imágenes de corte transversal del cerebro del
paciente. Las tomografías computarizadas son muy efectivas a la hora de
representar materiales densos como la sangre o el hueso, por lo que los
cirujanos se sirven de ellas cuando, por ejemplo, están preocupados por una
hemorragia cerebral, un trauma que haya podido dañar el hueso, o bien tumores
en los que los huesos hayan podido verse afectados.
Una técnica que se usa con
frecuencia en la obtención de imágenes internas del cuerpo, especialmente de
tejidos blandos como el cerebro, es la resonancia magnética (RM). Mediante una
combinación de ondas de radio y un poderoso campo magnético, la RM proporciona
información sobre el lugar donde se encuentra el tumor y cómo encaja éste con
respecto al resto de las estructuras importantes del cuerpo. Una versión más en
tiempo real, la llamada RM funcional, se ha utilizado también para tratar de
bosquejar las zonas sobre las que es seguro operar, y ya que estas
exploraciones pueden definir más o menos qué áreas del cerebro se verán
afectadas según su función, los cirujanos pueden ofrecer a los pacientes una
mejor idea de lo que cabría esperar durante el proceso recuperación.
La RM funcional se utiliza, cada vez
con más frecuencia, en combinación con la RM intraoperatoria, una técnica
desarrollada hace unos 20 años con la que se toman imágenes a intervalos
durante la cirugía, para comprobar el progreso del procedimiento. Esto
contribuye a reducir el riesgo tanto de cirugías dañinas como incompletas,
asegura Conor Mallucci, un neurocirujano pediatra, asesor en el Hospital
Infantil Alder Hey en Liverpool, Reino Unido, y añade: "La tasa de retorno
a quirófano por errores quirúrgicos debería ser igual a cero".
Es cierto que estas técnicas han
mejorado mucho las cosas, pero, aun así, todavía siguen sin ser lo
suficientemente precisas, sobre todo en lo que a tumores cerebrales se refiere.
Cuando se trata de cirugía oncológica todavía seguimos "en la Edad
Media", asegura el oncólogo Jim Olson. "Si nos fijamos, la tasa de
personas que descubren que tienen cánceres de tamaño considerable, aun después
de cirugía, es alarmantemente alta -en algunos tipos de cáncer, como el cáncer
cerebral, puede llegar al 50%. Y en otro tipos de cáncer, tan habituales como
el cáncer de mama, se alcanza el 30%".
Olson muestra mayor entusiasmo por
las imágenes por fluorescencia, una técnica que, literalmente, ilumina los
tumores para que el cirujano pueda verlos. Y no estamos hablando tan solo de
potencial: su eficacia ya ha sido probada para orientar a los cirujanos
mediante imágenes en tiempo real.
El 5-ALA, también conocido como
Gliolan, es un colorante que bajo luz ultravioleta ilumina de rojo las células
tumorales del cerebro. El paciente ingiere la sustancia entre 3 y 4 horas antes
de su cirugía, para dar tiempo a que se acumule en las células tumorales.
Aunque está autorizado en Europa desde septiembre del 2007, aún sigue en espera
en EE.UU., donde está siendo sometido a ensayos clínicos. Por el momento, la
Food and Drug Administration norteamericana ha rechazado su aprobación en base
a que el ensayo original no medía la supervivencia global como baremo principal
de éxito.
"Creo que es importante que los
cirujanos dispongan de técnicas quirúrgicas que localicen el lugar donde la
enfermedad ha de ser eliminada [y], lo que aún es más importante, que les
ayuden a distinguir las zonas a evitar y preservar", asegura el Dr. Colin
Watts del Departamento de Neurocirugía de la Universidad de Cambridge. Watts
lidera un ensayo que busca descubrir si el 5-ALA también podría actuar como
dispositivo de entrega para un fármaco quimioterápico (la carmustina), que
podría ser implantado en el vacío dejado tras extirpar un tumor, para eliminar
las células tumorales que sobrevivan a la cirugía.
Las imágenes por fluorescencia
podrían servir para que los cirujanos identifiquen el tejido a cortar, como los
tumores, y el tejido a evitar, como los vasos sanguíneos y los nervios. Las
imágenes también servirían para determinar si un tumor debe ser operado y, si
fuera necesario, qué tipo de terapia de seguimiento - quimio o radio – haría
falta. Esta información adicional facilitaría una mejor toma de decisiones,
tanto para cirujanos como para pacientes, a la hora de escoger tratamiento.
El campo de la cirugía guiada por
imágenes de fluorescencia ha sido testigo de una explosión de ensayos clínicos
de prueba de concepto en los últimos años. Sin embargo, hay un método que
podría resultar todavía mejor que el 5-ALA, y que ya ha tenido una gran
repercusión tanto sobre la comunidad científica como sobre los medios de
comunicación. Se trata de la pintura tumoral.
Iluminar el cáncer
Jim Olson todavía recuerda cuando se
rieron de él. Corría 1989 y él defendía su tesis doctoral ante el tribunal
evaluador de la Universidad de Michigan. Cuando le preguntaron por sus
objetivos futuros, Olson contestó: “Me gustaría, cuando consigamos introducir
radiación en los tumores y realizar una exploración con TEP, dar con el modo de
iluminar el cáncer para que los cirujanos puedan verlo mientras operan”. Los
profesores se mofaron: “Muy bien, Buck Rogers” soltó uno de ellos, “ahora en
serio ¿qué planes tienes?”.
La tomografía por emisión de
positrones (TEP) utiliza trazadores radiactivos para localizar células
cancerosas. A diferencia del ultrasonido o la tomografía computarizada, detecta
diferencias en el tejido basadas no en su estructura, sino en función de sus
cambios metabólicos – como la absorción de azúcar. Esto puede ayudar a
diferenciar los tumores vivos de los tratados, o de aquellos que agonizan. Sin
embargo, los cirujanos son reticentes a utilizar esta técnica por considerarla
demasiado contundente, e incapaz de obtener detalles precisos. Además, su uso
tampoco es recomendable en niños pues la radiación podría afectar a sus cuerpos
y cerebros en crecimiento, y contribuir a que más adelante desarrollen otros
tipos de cáncer.
Lo verdaderamente revolucionario,
sobre todo para los niños con cáncer, sería dar con un método preciso y libre
de radiación que buscara células cancerígenas directamente. Esto fue lo que
consiguió que se iluminaran los ojos de Jim Olson en el 2004, sentado al otro
lado de la mesa de Richard Ellenbogen, en un encuentro en el Hospital Infantil
de Seattle.
El cáncer puede aparecer a cualquier
edad. Los tumores cerebrales y del sistema nervioso central son los cánceres
más comunes en menores de 19 años. Solo en EE UU se diagnostican, cada año,
cerca de 16.000 nuevos casos de cáncer en menores de 20 años; esto es uno de
cada 285. Además, más de una cuarta parte tendrá un tumor cerebral. La
eliminación completa mejora las posibilidades de supervivencia en la mayoría de
los tumores cerebrales infantiles. Olson ha diagnosticado cánceres en bebés con
un solo día de vida; a algunos incluso antes de nacer.
Lo más difícil de ser oncólogo,
asegura Olson, es tener que decirle a un padre - por no hablar del niño - que
el cáncer ha vuelto. "Una cosa es decir: 'Su hijo tiene cáncer y este es
el plan, y esto es lo que cabe esperar'. Y otra cosa es empezar la conversación
diciendo: ‘Su hijo tiene un cáncer recurrente, y es extraordinariamente difícil
que sobreviva a esto...’ Tiene uno que prepararse simultáneamente para la
muerte y para el milagro".
No hubo tal milagro para Violet
O’Dell. Esta niña de 11 años tenía un tumor grande y extremadamente raro. El
cáncer se había entrelazado con los nervios sanos de su tronco cerebral, la
parte más baja del cerebro, que conecta éste con la médula espinal, y tiene su
función en tareas tan básicas como la respiración, el ritmo cardíaco y la
presión arterial, o en actos reflejos como el tragar. Era imposible extirpar el
cáncer sin matarla.
“El día del diagnóstico fue
aterrador”, nos cuenta Jess, la madre de Violet, “pero al mismo tiempo también
se dio una especie de alivio: nos hizo sentir algo así como un ‘vale, ya
sabemos qué está pasando’”. Violet había empezado por quedarse dormida en
clase; el primero de toda una serie de extraños cambios en su conducta.
“Llevábamos meses lidiando con un comportamiento extraño, una actitud
beligerante, llena de torpezas y dificultades del habla... Yo no dejaba de
decirle a la gente que no sabía por dónde andaba. Quienquiera que fuera,
aquella no era mi Violet”. Después de seis meses de indagaciones, dimos con el
tumor gracias a una resonancia magnética. Fue Olson, en el Hospital Infantil de
Seattle, quien hizo el diagnóstico.
Olson recuerda la conversación que
mantuvo con Violet cuando vino a visitar su laboratorio. Unos días antes, había
visto un corazón en el carnet de conducir de su madre, símbolo del donante de
órganos. Violet le preguntó si podría también donar sus órganos, pero Jess no
supo qué contestar, por el cáncer.
Violet, que tenía entonces d0 años, comprendía
que su tipo de cáncer era inoperable; sabía que iba a morir. Después de
reunirse con el equipo de Olson, quienes le hablaron de su trabajo, quiso saber
qué se estaba haciendo para estudiar la tipología de su tumor; una pregunta que
pondría en un aprieto a cualquier médico. Olson le explicó que era muy difícil,
porque los investigadores no disponían de materiales –tumores- con los que
trabajar. La niña respondió: “Cuando muera quiero que me hagas una autopsia,
que cojas mi tumor y lo introduzcas en ratones, para que puedas estudiar mi
cáncer y puedas ayudar así a otros niños que lo padezcan en el futuro”.
Violet murió en casa de sus abuelos
un año más tarde, rodeada por su familia y sus mascotas: un cachorro, dos
labradores y un gato. Un par de semanas tras su muerte, Olson honraría su
memoria llamando Violet a un nuevo proyecto. Su intención era revolucionar la
cirugía oncológica con un medicamento de origen inusual.
Células pegamento
El cáncer nunca habría despertado el
interés del Profesor Harald Sontheimer, de la Universidad de Alabama. Si no
fuera porque proviene de sus células favoritas, las células gliales -un tipo de
célula del sistema nervioso a partir del cual se desarrollan la mayoría de
tumores cerebrales– lo más probable es que no se dedicara a su estudio.
En principio se pensaba que las
células gliales servían, sencillamente, para mantenerlo todo unido (el término
'glia' se deriva de la palabra griega para "pegamento"), pero hace
unos 30 años que los científicos descubrieron que hacen mucho más que eso.
Además de rodear a las neuronas y mantenerlas en su sitio, las células gliales
poseen otras tres funciones principales: administrar nutrientes y oxígeno a las
neuronas, mantenerlas aisladas unas de otras, y deshacerse tanto de los agentes
patógenos como de las neuronas muertas. También contribuyen a mantener la
barrera hematoencefálica, que filtra las sustancias antes de que alcancen el
cerebro, además de desempeñar un papel en la regulación, reparación y
regeneración del tejido tras una lesión.
Existen cerca de 130 tipos
diferentes de tumor cerebral; el más común, conocido como glioma, se desarrolla
a partir de las células gliales. En 1995, Sontheimer y su equipo se interesaron
por los tumores derivados de las células gliales. Habían descubierto que los
canales de cloruro - mecanismo clave de las células - estaban de alguna manera
involucrados en los tumores invasores del tejido cerebral. Experimentaban con
sustancias que pudieran bloquear estos canales de cloruro, y de entre ellas, la
más eficaz, con mucho, era la clorotoxina, una sustancia aislada a partir del
veneno del escorpión “Deathstalker”.
El Deathstalker es uno de los
escorpiones más mortíferos del mundo. Puede encontrarse en regiones áridas y
desérticas del norte de África y Oriente Medio, El escorpión palestino amarillo
(o escorpión del desierto israelí, como también es conocido) mide tan solo
entre 8 y 10 centímetros de largo, pero es capaz de matar criaturas de mil
veces su tamaño. En humanos, la picadura del escorpión puede provocar un dolor
insoportable, convulsiones, parálisis y, en según qué casos, incluso la muerte
(por insuficiencia respiratoria o cardíaca). En la mayoría de casos, los
afectados sufrirán un dolor extremo en la zona de la picadura, acompañado de
somnolencia, fatiga, y fuerte dolor de cabeza y articulaciones. Algunas veces,
los síntomas podrían persistir meses, debido al potente veneno del escorpión,
una mezcla de neurotoxinas – los venenos que actúan sobre el sistema nervioso –
entre las que encontramos la conocida como clorotoxina.
Sontheimer y su equipo tomaron una
muestra del tejido tumoral cerebral de un paciente y lo introdujeron en el
cerebro de un ratón, para posteriormente inyectarle clorotoxina sintética
creada en el laboratorio. Lo que descubrieron entonces fue tan sorprendente
como inesperado. La clorotoxina sintética se acumulaba en los tumores y solo en
ellos, dejando las células normales y sanas intactas. También mostró una
notable capacidad para alcanzar el cerebro, superando la barrera hematoencefálica.
Como el mismo Sontheimer explicó más tarde en un artículo: "Los tumores
consiguen abrir la barrera hematoencefálica justo en los vasos sanguíneos por
donde se desplazan. Lo que hacen, en esencia, es envolver los vasos sanguíneos,
consiguiendo degradar la barrera de tal forma que, justo en esos puntos, se da
una penetración activa de esta molécula en el cerebro".
En el 2004, Richard Ellenbogen envió
a uno de sus residentes de neurocirugía, Patrick Gabikian, al laboratorio de
Olson en el Centro de Investigación del Cáncer Fred Hutchinson, para llevar a
cabo un año de investigaciones. Una vez allí, Gabikian buscaría compuestos que
sirvieran para que Ellenbogen y Olson pudiesen iluminar las células cancerosas.
Fue entonces cuando Gabikian dio con el compuesto que Olson consideró una
opción viable para experimentación: la clorotoxina.
En el 2007, Olson, Ellenbogen,
Gabikian y su equipo, redactaron un artículo detallando cómo conseguir aislar
la clorotoxina a partir del veneno del Deathstalker y adherirle la molécula
fluorescente que produce una sustancia que ilumina las células tumorales. Al
igual que el de Sontheimer, el laboratorio de Olson utiliza una versión
sintética de la proteína clorotoxina, pero la molécula fluorescente añadida
actúa como una linterna, y solo se activa cuando se adhiere a su objetivo.
Se piensa que ese objetivo es un
complejo que contiene la proteína anexina A2. En células normales no-cancerosas
se encuentra dentro de la célula, pero por razones aún desconocidas, en las
células de tejido canceroso parece desplazarse a la superficie exterior. Una
vez adherida la clorotoxina, el complejo regresa al interior de la célula,
arrastrando la molécula luminosa consigo. Y cuando esto sucede, los cirujanos
pueden dirigir un láser a la zona, que emite entonces una luz fácilmente
detectable por toda una variedad de dispositivos.
Al conseguir que incluso los grupos
más pequeños de células cancerosas sean visibles en tiempo real durante la
cirugía, esta "pintura tumoral'- su nombre oficial es BLZ-100 - puede
ayudar a concretar tanto la ubicación exacta, como el tamaño del tumor
principal y el de sus satélites (áreas tumorales más pequeñas emplazadas a su
alrededor). Para Olson, este era un concepto digno de Proyecto Violet. Una vez
encontrada la tecnología, era hora de buscar financiación.
Financiación privada
Que una subvención del Gobierno se
haga efectiva puede llevar años, y eso en el hipotético caso de conseguirla.
Hace tiempo que Olson decidió que la solicitud de subvenciones no hacía más que
entorpecer su trabajo. Hoy en día, su principal apoyo financiero siguen siendo
las familias, particulares y fundaciones que muestran interés por su trabajo
tras conocer sus investigaciones. Nos habla del padre que una vez llevó a su
hija a la clínica, por una vacuna contra la gripe, y al enterarse del trabajo
de Olson puso un cheque de 100.000 dólares sobre la mesa.
“Verte obligado a decirle que ‘no’ a
Jim es como darte un sopapo a ti mismo”, asegura Nicole Pratapas, asesora en
obsequios filantrópicos en el Centro de Investigación del Cáncer Fred
Hutchinson. Ambos se reúnen cada martes por la mañana en la oficina de él. “Los
sentimientos que muestra hacia sus pacientes y el modo en que nosotros hacemos
las cosas – el modo tan eficiente en que conseguimos recaudar fondos al tiempo
que él los invierte- significa mucho para nosotros”. Sólo en los últimos dos
años, Olson ha recaudado 6 millones de dólares mediante financiación privada.
Esa cantidad, sin embargo, está
destinada a gastos de personal y a la multitud de estudios que tiene en marcha.
Cuando la pintura tumoral comenzó a parecer viable, él supo que tenía una idea
ganadora entre manos, pero carecía de fondos en reserva para iniciar su
desarrollo. Lo que sí tenía era un cortometraje.
Bringing Light es un documental de
tres minutos realizado por Bert Klasey, Chris Baron y James Allen Smith. La
película quedó entre las 20 finalistas del festival de realizadores Focus
Forward del 2013, y se llevó el Premio del Público. Cuando Klasey, el productor,
andaba buscando ideas, su mujer recordó una presentación que no había
conseguido quitarse de la cabeza desde que la vio, hacía ocho años, en un
congreso. No era otra cosa que Olson hablando de lo que acabaría siendo la
pintura tumoral.
La película representaba una
oportunidad para Olson. Gracias a ella podría aprovechar dos de las mejores
bazas disponibles para el empresario moderno: la buena voluntad y el
crowdfunding. Cosas del destino, a tan solo unas manzanas de distancia estaban
las oficinas del comercio online más grande del mundo: Amazon. Así que les hizo
llegar el enlace de Bringing Light junto a una invitación, para todo el equipo,
a visitar su laboratorio, compartir cerveza y pizza con los científicos y
profundizar más en el tema. Olson esperaba que acudieran unas 20 personas, pero
de hecho se presentaron más de 70 (tan optimista como siempre, Olson había
previsto provisiones para 80, “por si acaso”). En pocas semanas, 25 de ellos
habían formado un equipo voluntario de proyecto mediante el que dedicarían
todas las noches del lunes, durante un año, al diseño de la web del Proyecto
Violet, y a difundir la buena nueva en Facebook y en Twitter.
El Proyecto Violet es una iniciativa
científica ciudadana, puesta en marcha gracias a una campaña de recaudación
online, basada a su vez en torno a un programa de adopción de medicamentos –
por cada donación de 100$, cualquiera podía “adoptar” un objetivo farmacológico
potencial, y su dinero iría dirigido a la investigación de este (esto ha
cambiado desde entonces, pues según Olson, la gente encontraba desalentadora la
adopción de una única droga, siempre agobiados por el peso de tener que escoger
‘la mejor’). En menos de tres años, Olson y su equipo han recaudado 5 millones
de dólares a través de la web del Proyecto Violet y sus eventos asociados, en
combinación con donaciones particulares. Cameron W. Brennan, neurocirujano del
Memorial Sloan Kettering Cancer Center de Nueva York, lo explica sin tapujos.
Llega incluso a aplaudir la cobertura mediática: “Olson tiene que centrar sus
esfuerzos de recaudación e investigación en todo aquello que afecta a la
práctica”, y tal y como ha demostrado otras veces, se le da muy bien hacerlo.
Ha tardado casi 25 años, pero Olson
va camino de hacer realidad su visión y la de Ellenbogen. Durante los ensayos
preclínicos con ratones y perros, entre el 2005 y el 2011, la pintura tumoral
resultó ser 5000 veces más 'sensible' que la RM; capaz de hacer destacar
cantidades extremadamente pequeñas de células cancerosas – grupos de tan sólo
200 células, en contraste con el mínimo de medio millón que tiene la RM.
A diferencia del 5-ALA, la pintura
tumoral puede utilizarse en tiempo real durante una operación y, como señala
Olson, también traspasa la barrera hematoencefálica, se adhiere exclusivamente
a las células cancerosas y se internaliza. El 5-ALA, por el contrario, no se
une a las células cancerosas y sólo puede utilizarse con tumores cerebrales de
grado alto (tumores altamente malignos y propensos a invadir el tejido cerebral
cercano). La pintura tumoral podría también usarse contra los tumores de grado
bajo - importante, según Olson: "pues los gliomas de grado bajo que no se
eliminan por completo acostumbran a devenir glioblastomas de grado alto durante
la década siguiente".
El 25 de mayo del 2015 comenzó el
primer ensayo clínico de pintura tumoral en el Hospital Infantil de Seattle,
cuyo centro pediátrico de tumores cerebrales es el más grande del noroeste
americano. El ensayo está a cargo de Blaze Bioscience Inc., y en esta primera
fase toman parte 27 personas diagnosticadas con un tumor cerebral (desde niños
a jóvenes menores de 30 años) y en cuyas operaciones se utilizará el
medicamento.
"Creo que hay mucha gente
tratando de descubrir la diferencia entre cáncer cerebral y tejido sano, pero
no saben qué hacer con la información una vez la consiguen", asegura
Olson. "Publican un artículo y pasan página". Él espera que el caso
de la pintura tumoral sea diferente.
De serlo, el Proyecto Violet
comenzaría a hacer honor a su nombre. “Todos los edificios y universidades que
nos rodean llevan el nombre de algún rico que fue generoso con su dinero",
sentencia Olson. "Yo he querido que lo que llevase el nombre de esta niña,
fuera algo realmente bonito para el mundo”.
FUENTE: El País
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